Aterrar el horizonte

La presente exhibición de Eduard Moreno emplea un término muy peculiar como palabra de entrada. Se trata del verbo aterrar. Me gustaría conversar con ustedes sobre esa palabra. Aterrar tiene que ver con enterrar, con poner por tierra, con contactar con la tierra. En cierta medida, poner polo a tierra tiene que ver con aterrar. También pienso que aterrar tiene mucho que ver con territorializar, término empleado por Deleuze y Guattari, en cuanto llamado a anclarse a tierra, reconocerse del territorio, ubicarse. Aterrar tiene conexión con la idea de arraigar, de echar raíces.

Curaduría: Ana María Lozano

Desde:
Septiembre 8, 2022
Hasta:
Octubre 6, 2022

ATERRAR EL HORIZONTE

La presente exhibición de Eduard Moreno emplea un término muy peculiar como palabra de entrada. Se trata del verbo aterrar. Me gustaría conversar con ustedes sobre esa palabra. Aterrar tiene que ver con enterrar, con poner por tierra, con contactar con la tierra. En cierta medida, poner polo a tierra tiene que ver con aterrar. También pienso que aterrar tiene mucho que ver con territorializar, término empleado por Deleuze y Guattari, en cuanto llamado a anclarse a tierra, reconocerse del territorio, ubicarse. Aterrar tiene conexión con la idea de arraigar, de echar raíces.

A su vez el otro término que Eduard pone en operación es la palabra horizonte. Al respecto, me gustaría comentarles tres o cuatro cosas que para mí son fundamentales. Para algunos teóricos, el horizonte hace parte de esa organización espacial de lo dado, denominada paisaje. Este ordena desde un régimen visual y por tanto, incorpóreo, aquello que mira. El género paisaje, como todos los géneros pictóricos, posee una gramática formularia, construida a través de convenciones. En el paisaje, el observador ve de lejos un territorio dividido por la línea de horizonte, que por cierto, es inexistente, entre un arriba y un abajo, esto es, por una zona espacial y aérea y por otra matérica y orgánica. La primera se expande hacia arriba y hacia el fondo, la segunda, hacia abajo y hacia adelante. En las distintas tradiciones paisajísticas, la altura en la que se coloca la línea de horizonte ofrece resultados y consecuencias semióticas bien diferentes. Si la línea de horizonte es elevada, se da toda la importancia al terreno que se representa; si está ubicada en la medianía de la composición, como en los primeros paisajes de Hendrick Goltzius, se obtiene una imagen armónica y tranquila, si la línea está baja, la mayor parte de la composición la ocupen elementos etéreos, la atmósfera, las nubes.

El horizonte, por otra parte, es empleado abundantemente en forma metafórica. Quizás el sentido más frecuente lo relacionaría con una cierta compresión de futuro, de promesa, que desde el hoy va configurando poco a poco lo por venir. Por ello, la noción de horizonte, en ese caso, ordena el tiempo y vincula a éste a una cierta idea de progreso en la que, en la línea de horizonte, está lo deseable, aquello sobre lo que se ponen las expectativas, pero, también, allí puede quedar eso inalcanzable con lo que juega tanto el capitalismo. En la famosa obra de Francisco Antonio Cano, “Horizontes”, que nos ha interesado tanto, se expresa una especie de imagen mítica de colonización y progreso, atada a una tierra por explotar. En esa obra puede verse funcionando la imagen-mito del horizonte bajo una estela extractivista y antropocéntrica. El horizonte, así, forma parte de una forma simbólica de dominación del territorio, objetivizante, descorporalizada, estetizante.

De esta manera, aterrar el horizonte tendría que ver con desobedecer la convención del paisaje, entender de una forma nueva el horizonte, desordenando todo ese sistema compositivo e ideológico. Supondría pensar el horizonte desde lo corporal, desde lo específico, desde un cuerpo situado, conectado con los sentidos y los afectos. Quizás, aterrar el horizonte tendría que ver con un gesto performático, desde el cual, sea reemplazado el gesto de mirar a lo lejos, por el mirar hacia abajo, hacia el detalle de aquello que se encuentra bajo los pies o, también, el cerrar los ojos para con todos los sentidos, permitirse sentirse parte del territorio. Veo en la frase “Aterrar el horizonte”, entonces, la búsqueda de gestos que desublimen algo que ha sido idealizado, para, en cambio, tratar de ponerlo en contacto con el mundo orgánico, con el mundo del humus, con la semilla, con la vida y la muerte, con la existencia diversa de las cosas, de los seres.

Ahora bien, Eduard se ha ido adentrando en prácticas de pagamento tan vivas en muchas de nuestras culturas ancestrales. El pagamento, desde este perspectivismo, tiene que ver con agradecer al territorio, con devolverle ritualmente lo que él ha ofrecido con generosidad. El pagamento se enlaza con la necesidad de honrar la tierra, entendiéndola como fuerza, como entidad con la que se relacionan los seres vivientes. Por ello, en esta muestra se hace expresivo el testigo del pagamento y ciertamente, la huella del acontecimiento ritual. En desarrollo de éste, Eduard emplea palabras, como las que hemos estado elaborando para entender distinto, desde otro lugar, desde otra lógica. Así, enrolla la palabra, la mastica, la trae y la lleva, la rumia y elabora. La palabra, así, enrollada, anida en tierra, y en ese transe, la palabra también se aterra y se ombliga, se funde y re funde con el territorio. Explico esta última idea. En un número amplio de comunidades rurales, indígenas y campesinas, el ombligo de un recién nacido es enterrado en un lugar significativo para la comunidad. En algunas ocasiones, allí se siembra un árbol, el cual, a lo largo de su vida tendrá conexiones profundas con ese ser humano con el que está conectado desde lo más entrañable, por el ombligo, por el centro de las coordenadas de la vida. De ahí la idea de estar ombligado con el territorio, de ser parte del mismo desde lo más profundo.

Ana María Lozano