El 18 de Abril de 2004, llegó un grupo de paramilitares con lista en mano a Bahía Portete, Alta Guajira. Asesinaron y torturaron a seis mujeres wayuu de las familias Fince Uriana, Fince Epinayu, Cuadrado Fince y Ballesteros Epinayu: Margot Fince Epinayu (70 años), Rosa Fince Uriana (46 años), Diana (40 años), y tres niñas Reina Fince Pushaina (13 años), dos familiares Epinayu (7 y 5 años), estas hasta hoy desaparecidas. Estos homicidios tuvieron como consecuencias adicionales el desplazamiento de 400 familias que muy lentamente y durante estos 18 años, han ido regresando a su territorio devastado.
Cada paso me reveló un tiempo saturado por la amenaza manifiesta de un pasado que podría repetirse. Guiada por Nazly Martínez del Eirruku Aapushana, mujer wayuu, viajé a la Guajira seguida por Jepirachi “el viento que no desaparece”, y que según ellos “trae y lleva orientaciones”; un viento que nos invitó a alcanzar las huellas, a conocer los lugares violentados y recorrerlos detenidamente para entender su obscuridad. Recorrí el lugar guiada también por niños y jóvenes y por los testimonios de Telemina Barros, Zoila Remedios Fince Epinayú, Rolan Fince Uriana, Mariana Epinayú y Maria Elena Fince Epinayú, personas de avanzada edad víctimas de la masacre.
La masacre de Bahía Portete—en cuyo centro están los cuerpos de mujeres wayuu torturadas, asesinadas y desaparecidas—es una iteración premeditada de la violencia del paramilitarismo para el dominio del puerto de Bahia Portete, liderado Rodrigo Tovar Pupo, alias Jorge 40, Arnulfo sanchez, alias Pablo y el wayuu Jose Maria barros Ipuana, alias Chema Bala a fin de penetrar el territorio, romper lazos familiares, borrar verdades e impartir miedo.
Fue inevitable llegar con el arte sobre los hechos para revelar su silencio desde ese desierto inmenso, desde los tambores, las ruinas, el sueño, el canto, el llanto y ese eco de motores que se apodera del territorio de manera violenta y feroz. Los hechos permanecen ahí, indelebles; el dolor y la desconfianza habitan el lugar. Necesario fue acercarme para confrontar las resonancias, que aún subsisten en las heridas de un territorio vulnerado; al espacio horadado, abandonado y olvidado del desierto para sentir allí también las vibraciones recónditas y poderosas de una comunidad, un mundo y un presente que resiste.
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