Giambattista Vico, el gran pensador napolitano del siglo XVIII decía que cuando los humanos se volvieron sedentarios, tumbaron árboles para hacer claros en los bosques y allí sembrar un árbol nuevo: el árbol genealógico. Esta imagen dramática reconoce la existencia de una tensión muy fuerte establecida entre humanos y árboles, vieja en la historia de la humanidad, que obligaba a la vida humana a batirse en duelos diarios contra los bosques. Así, hacer un claro en el bosque significó en ciertos momentos de la humanidad, una especie de triunfo sobre la naturaleza, lo salvaje, lo silvestre y lo desconocido. Al despejar el territorio se pudo entonces ver el cielo, y así, los humanos se encontraron a los dioses.
Hoy que el claro en el bosque se ha convertido en una mancha que se expande peligrosa y dolorosamente por la Tierra día a día, una parte de la humanidad, que quisiéramos pensar, va en aumento, lucha por romper ese atávico duelo a muerte con el bosque.
Es allí, remontando un escenario posible en el que la ciencia y la narración mítica no se oponen, que María Elvira Escallón posibilita nuestro encuentro con seres notables. Es éste un lugar donde habitan seres compuestos y simbióticos. Escallón opta por ver, en lugar de insalvables diferencias, una enorme cantidad de características que señalan similitudes y con ello, parentescos entre Árbol y humano; entre humano y árbol.
En estos escenarios míticos ubicados en algún presente/pasado, modelando el barro, trabajando con agua, polvo, video, fotografía y tiempo, Escallón hace descender los dioses a la tierra, reversando el claro. En este espacio de la materia, de lo existente, de lo vivo, se entienden las existencias diversas. Allí se produce el reencuentro con el árbol.
Ana María Lozano